Hace unos días se ha cumplido un
nuevo aniversario del movimiento 15M. Aquella salida histórica a la calle de
cientos de miles de personas en ciudades de toda España fue bautizada por la
prensa internacional como la #SpanishRevolution
y se convirtió en un símbolo del malestar del pueblo español ante su sistema
político, escaso en formas participativas y con abundantes casos de corrupción.
Lemas como “Democracia Real Ya” o “No nos representan” se hicieron célebres. Muchas
personas querían participar en política para sustituir a unas instituciones
ineficientes.
El 15M se ha situado como el
origen de algunos movimientos sociales como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca
(PAH) o el partido Podemos, que trató de encauzar electoralmente a malestar por
la actuación de la clase política. Sin embargo, aquellos problemas que
denunciaban quienes salieron a la calle el 15 de mayo de 2011 no se han
solucionado. Cada semana aparecen nuevos casos de corrupción en el seno de los
partidos políticos y nuestros gobernantes son incapaces de resolver problemas
reales.
Seis años después del 15M, los
dirigentes de los partidos políticos prefieren debatir acerca del Valle de los
Caídos que hacer frente -en la medida en que les es posible- al deterioro de
las condiciones de trabajo de los españoles. En Navarra, algunos partidos se
limitan a enarbolar banderas de exportación, como la ikurriña, que lleva detrás
de sí una idea nacionalista que enfrenta a la sociedad; mientras otros se
esconden detrás de nuestra verdadera bandera, la de Navarra, para conseguir
votos, como si no hubieran entregado antes la soberanía de nuestra tierra.
Opinión carlista en un día de elecciones. |
Los carlistas pensamos que el sistema político denunciado por los manifestantes del 15M es perverso en la medida en que está tramado para favorecer a unas pequeñas élites que, lo han demostrado, no sirven a su gente. Sólo se sirven a ellos mismos. En este sentido, denunciamos que el sistema político cuenta además con cómplices (periodistas, historiadores) que han construido un relato mítico de la “Transición” que no es real y que enarbolan, como hacen con cualquier bandera que consideren apta, para vivir de un cuento que para nosotros se ha convertido ya en un relato de terror.
Los carlistas no creemos que un
pueblo pueda vivir del relato de la “Transición”. Cada uno de nosotros necesita
un sustento, comida y bebida, un trabajo digno con el que sacar adelante a una
familia. Mientras los constructores del mito de la “Transición” –proceso que para
su éxito requirió el asesinato de dos carlistas en la romería de Montejurra 76-
se llenan la boca hablando de prosperidad, el resto de españoles sufrimos
innumerables injusticias sociales en nuestro día a día.
Por eso deseamos que toda aquella
rebeldía sana que llevó a cientos de miles de españoles a salir a la calle se
encauce de manera natural, a través de multitud de entes sociales,
organizaciones de ayuda mutua, centros de cultura… hacia la construcción de una
comunidad justa. A nosotros ni nos satisface el sistema corrupto e incapaz construidos por los “padres de
la Transición” ni nos gusta –esto mucho menos- que estos mismos “padres de la
Transición” reaparezcan ahora, ya sea en persona o a través de sus partidos
políticos, a fingir la salvación de España.
A continuación incluimos una reseña que hace dos años hizo la Iniciativa Cultural Recuerdo del libro "Indignaos" de Stéphane Hessel, que fue considerado libro de cabecera del 15M.
***
“A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto:
CREAR ES RESISTIR
RESISTIR ES CREAR”
Ha sido considerado el gran manifiesto del 15M y comenzamos a leerlo para responder a la pregunta: ¿por qué nos rebelamos?
Stéphane Hessel es un disidente, un paladín de la Francia Libre que combatió contra el totalitarismo y fue testigo de grandes hechos del siglo XX tanto por su papel de diplomático (estuvo acreditado en la ONU) como por ser uno de los redactores de la Declaración de los Derechos Humanos. Con la mirada sabia que le proporciona la experiencia, nos habla de casos concretos como Gaza e Irak, pero sobre todo nos transmite la imagen, desgraciadamente real, de un mundo esclavizado por la productividad y el dinero, con la consiguiente pérdida de libertad que supone esta situación. La fuerza del manifiesto radica en que lo escribe un hombre de 93 años que ha visto muchos fracasos pero sigue confiando en la victoria del bien y cree que los jóvenes y la sociedad, comprometidos somos capaces de gestar el cambio.
Sin embargo, nos parece que faltan respuestas. El libro deja demasiadas incógnitas y aunque señala el ansia de libertad de la sociedad, echamos en falta un mayor hincapié en valores trascendentes. La indignación, la rebelión… ha de tener una raíz sólida, y Hessel no profundiza demasiado en ella. Da la impresión de que sigue creyendo en el mito del progreso indefinido, en el establecimiento de un paraíso en la tierra… y eso es imposible.
La indignación revolucionaria en sí misma tampoco es suficiente. Al menos para nosotros. No sólo porque la ira es cegadora, sino porque pensamos que las revoluciones no arreglan nada. Hay que luchar, y vamos a hacerlo, pero sin odio, con cabeza y sabiendo que las revoluciones al final no llevan más que a la sustitución de una élite por otra. Nosotros a esto nos oponemos y, afirmamos parafraseando a un amigo nuestro: “¡Frente a la revolución de la indignación, la rebelión de la alegría!”
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