Foto: Zarateman |
Este ocho de abril se ha puesto en marcha la búsqueda de los últimos zulos con material de ETA. Es lo que se ha llamado el desarme de ETA. La información para encontrar los depósitos, que contienen armas, munición y explosivos, la ha proporcionado la propia banda terrorista. El acto simbólico de entrega del material, mediante un inventario, se ha escenificado en el ayuntamiento de Bayona (Francia).
En estos días, suscitado por este
proceso llamado “de desarme”, víctimas del terrorismo de ETA, intelectuales y
algunos miles de personas han
firmado un manifiesto titulado “Por un fin de ETA sin impunidad”. Este
colectivo, con el que los carlistas de Navarra nos identificamos, critica que
la supuesta paz esté sometida al criterio de quienes durante décadas han
sembrado de terror nuestras calles.
La reacción al desarme de ETA
encierra, en verdad, un problema moral. Decían nuestros antiguos que no puede
haber verdadera paz sin justicia, y tenían razón. El criminal puede dejar el
arma en el lugar del crimen, junto al cadáver de su víctima, o arrojarlo a un
río cualquiera, caudaloso y sin testigos, pero esto no obsta para que los
representantes de la ley lo persigan hasta que cumpla una pena por sus
crímenes.
Dejar el crimen impune puede
ofrecer una cierta apariencia de paz. Los representantes del orden no
patrullarán las calles ni ningún vecino será molestado por periodistas. Sin
embargo, ¿quién puede vivir tranquilo en una comunidad en la que los delitos
permanecen sin pena y los criminales transitan libremente por los caminos?
En cierto momento de nuestra
literatura, el caballero manchego don Quijote le recordaba a su escudero que a
la hora de impartir justicia no debía olvidar que la misericordia era el único
motivo por el cual debía doblar su vara. Podría, quizá, apelarse en este caso al
perdón. Sin embargo, la realidad lo hace imposible. Estos criminales se mofan
de la clemencia. De antemano, mucho antes de que tuviera lugar esta farsa, ya
preparaban sus memoriales de agravios. Ahora esperan, después del teatro,
obtener privilegios. ¿Quién puede ser tan ingenuo de creer a estos lobos?
¿Quién considera derrotados a quienes, décadas después, han logrado que su
ideología se expanda hasta el punto de que aquí, en Navarra, ondean ya sus
banderas?
Recordaba Chesterton que en
nuestro mundo las virtudes cristianas se han vuelto locas. Nadie mejor que él
para describir la opinión general de los carlistas ante esta farsa de ETA. Por
eso nuestra condena más firme va dirigida no sólo a los terroristas, sino
también a quienes, siendo conscientes del teatro, se han apresurado a la
propaganda. Pocas cosas hay más ruines que abanderar la virtud para conseguir un
fin abyecto. Hipócritas son, al fin y al cabo, quienes se han dirigido
gozosamente al ayuntamiento de Bayona como para asistir a un acto histórico. Hipócritas
son, también, los individuos que bajo el sobrenombre cursi –casi burlesco- de “artesanos
de la paz” han vaciado de contenido las virtudes cristianas.
Tampoco conviene dejar pasar la oportunidad de lanzar una alerta a quienes guiados por impulsos nobles ven con buenos ojos la farsa de ETA. También parecía lleno de sublime hermosura aquel episodio en el que don Quijote galopó para liberar a los galeotes. Luego fue apedreado por ellos, liderados por un tal Ginés de Pasamonte que a nosotros, que nunca tuvimos un Quijote ilustrado y nos guiamos por las palabras de Cervantes, nos recuerda, en espíritu, a Arnaldo Otegi.
Tampoco conviene dejar pasar la oportunidad de lanzar una alerta a quienes guiados por impulsos nobles ven con buenos ojos la farsa de ETA. También parecía lleno de sublime hermosura aquel episodio en el que don Quijote galopó para liberar a los galeotes. Luego fue apedreado por ellos, liderados por un tal Ginés de Pasamonte que a nosotros, que nunca tuvimos un Quijote ilustrado y nos guiamos por las palabras de Cervantes, nos recuerda, en espíritu, a Arnaldo Otegi.
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