El líder del Frente Popular
francés, León Blum, describe en sus memorias su paso por los campos de
concentración nacionalsocialistas. En Dachau coincide con una serie de presos
ilustres cuyos nombres menciona. En determinado momento se detiene para
ponderar el heroísmo de uno de estos cautivos, “del que aprenderemos a amar la
sencillez perfecta y la bondad”. Este
prisionero, cuya generosidad elogia Blum, lleva el número 156.270. Es español y
se ha salvado por poco de ser ejecutado. Condenado a muerte, debe la vida a que
cuando era trasladado en tren con otros presos un bombardeo estadounidense ha
hecho explotar el vagón donde se encontraba su expediente. León Blum nos da su
nombre: “don Xavier”.
Este misterioso don Xavier,
cautivo de los nacionalsocialistas alemanes, es un príncipe español apresado
por liderar un maquis de la resistencia francesa en los alrededores de su
castillo. En las inmediaciones de Bostz, donde grandes bosques ofrecen su resguardo,
se ha puesto al frente de varios cientos de guerrilleros. Durante la primera
guerra mundial, este príncipe había luchado en el pequeño ejército de los
belgas. Su historia es desconocida, pero otros de sus leales españoles también combatieron
en las trincheras aliadas. Más de veinticinco años después, ha vuelto a empuñar
las armas.
Cuando los alemanes adquieren
conciencia de quién es su prisionero, escriben a España. El general Francisco
Franco se desentiende del asunto, pues el cautivo es un quebradero de cabeza para
sus planes políticos. Don Xavier no es otro que don Javier de Borbón-Parma, el
noble a cuya voz de mando se han alzado tres generaciones, miles de carlistas,
durante la guerra civil española. Su tío don Alfonso Carlos, el anciano rey, ha
fallecido atropellado por un camión en Viena cuando volvía de dar un paseo.
Esta muerte convierte a don Javier en regente de los carlistas, cuyos planes
para España son distintos de los del general.
Don Javier, hombre de acción cautivo,
va a vivir toda una serie de peripecias delirantes. Después de ser capturado
pasa por el campo de Struthof. Luego es trasladado a Dachau. Convertido en el
prisionero 156.270, en el más completo anonimato, padece los horrores del Lager. Allí se salva de otra muerte
segura cuando, condenado otra vez a muerte, un prisionero –posiblemente
polaco-, cambia su número destinado a la cámara de gas por el de otro preso que
ya está muerto.
Pero don Javier enferma gravemente, está otra vez al borde de la muerte.
Don Javier contrae el tifus. A punto
de morir, recibe la comunión de manos de un preso. El relato de todos estos
sucesos, estremecedor, lo proporciona el cántabro Ignacio Romero Raizábal en su
libro El prisionero de Dachau 156.270. Un
médico francés apellidado Roche y un cirujano judío salvan la vida al noble
español. Don Javier es operado –trepanación de oído- sin anestesia. Él mismo
relata la operación a Raizábal: “Como no había anestesia, me ataron fuertemente
la cabeza, las piernas y los brazos, para que no me pudiese mover. El doctor
judío, muy hábil, me operó. Me hizo ver las estrellas, pero me salvó la vida.
Después me hicieron un vendaje con papel blanco”.
Don Javier salva la vida de puro
milagro. Acabada la segunda guerra mundial, se volvió a poner al frente de sus
hombres. El carlismo se preparaba para postularse como alternativa. Setenta
años después, su nieto Carlos comenta la epopeya en
el periódico La Vanguardia: Un día le pregunté a mi abuelo si Dachau no
destruyó su fe en la humanidad... “¡Al contrario!”, me dijo.
¿Por qué?, pregunta el periodista. Don Carlos repite las palabras
de su abuelo: Cada día presencié actos de
heroísmo, los presos se ayudaban pese a la amenaza de ser ejecutados: ¡mi fe en
la humanidad creció! “Yo he heredado esa confianza de mi abuelo”, añade don
Carlos.
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