sábado, 14 de abril de 2018

#14deAbril


Se cumple hoy un nuevo aniversario del advenimiento de la II República Española (1931-1939). ¿Debemos sentirnos interpelados? Todo el mundo opina, todo el mundo se posiciona. ¿Qué pensamos, al menos, los carlistas de este período de la Historia de España?

De entrada, invitamos a estudiar, a conocer de verdad, la II República. Hay excelentes libros para acercarse a este momento indudablemente atractivo. Van aquí dos sugerencias: La primera democracia española: la Segunda República del estadounidense Stanley G. Payne, editado por Paidós; y La Segunda República española, de Julio Gil Pecharromán. Ambos son buenos historiadores.

La historia debe ser estudiada para que cualquier español bien formado pueda extraer sus propias enseñanzas. Pero los carlistas, en específico, somos españoles con vocación política, continuadores de la España tradicional, no un círculo de estudiosos ni de divulgadores de la historia. Los carlistas no nacimos para tomar postura ante acontecimientos históricos pasados. Consideramos ridículo el debate sobre la II República que pueda suscitarse en el parlamento. Cada cosa en su sitio, cada asunto en su lugar.

Fue en 1931 cuando los carlistas tuvieron que tomar postura ante la II República. Los carlistas afrontaron el nuevo régimen con esperanza. Muchos confiaban en que después podía producirse una restauración monárquica, o que era necesario un cambio brusco que permitiera solucionar los problemas sociales del país. El mismo rey, don Jaime III, se mostró dispuesto a ver lo que podía aportar la República.

Después, el dieciocho de julio de 1936, los carlistas de entonces tuvieron que alzarse en armas. ¿Por qué? Pueden leerlo aquí, en este mismo blog, en un artículo titulado "Voluntarios". Fue necesario en aquel momento. Hoy consideramos que es necesario no perder el tiempo dedicando nuestros esfuerzos políticos en esclarecer problemas pasados. ¿Les interesa la II República española? Lean. Por lo demás, disfruten del día y no se agobien: el Rey volverá.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Nuevas pintadas de ETA en la Chantrea


La decisión de renombrar la Chantrea como Txantrea ha generado malestar entre la mayoría de los vecinos del barrio. Esta medida, a todas luces ideológica, destinada a desarraigar al barrio de su verdadera historia e identidad, ha gustado menos de lo que esperaban los ideólogos que consideraban que el barrio estaba ya preparado para el cambio final.

Pero la insumisión de los vecinos de la Chantrea, reacios a perder su identidad, ha motivado que esta noche un grupo de violentos haya grabado anagramas de la banda terrorista ETA en las calles del barrio. Los carlistas de Navarra queremos denunciar este acoso.

Los vecinos de la Chantrea no deberían madrugar viendo pintadas desagradables y mucho menos semejantes actos de exaltación del terrorismo. Las calles de la Chantrea no pueden convertirse en un campo de batalla. Nuestros hijos no deberían jugar en medio de ninguna amenaza.

Los autores de las pintadas merecen un castigo ejemplar. Los carlistas sugerimos que sean ellos mismos quien limpien las paredes de la Chantrea. También podrían realizar otros trabajos comunitarios relacionados con la gestión de las basuras. De esta manera, los autores de las pintadas podrían integrarse en la verdadera vida del barrio, sirviendo a toda la comunidad y no sólo a sí mismos.

Los carlistas de Navarra queremos alertar también que esta situación de violencia que vive la Chantrea puede extenderse perfectamente al resto de barrios de Pamplona, porque la izquierda abertzale pretende cambiar radicalmente, en su totalidad, la configuración de nuestra ciudad.

Por último, y desde la calle, como cada año, en este tiempo que precede al nacimiento de Cristo, los carlistas deseamos a todos los navarros una muy Feliz Navidad. Esta noche ya no hará frío, y cada barrio, cada edificio, cada casa, serán un poco más acogedores, algo más hogares, para recibir al Hijo de Dios.


24 de diciembre de 2017

viernes, 15 de diciembre de 2017

Miguel Garisoain, jefe de carlistas

Hoy hemos amanecido con la noticia de la muerte de Miguel Garisoain, jefe de carlistas navarros. Que Dios lo tenga en su Gloria.


El pasado 8 de julio había fallecido su esposa, María Eugenia. Con ella le vimos muchas veces en primera línea, en los actos que organizaba la Comunión Tradicionalista Carlista, sin importar el frío, la lluvia o cualquier adversidad que se presentase. Toda su trayectoria política, en cualquiera de los cargos que ocupó, fue sinónimo de lealtad a los principios de la causa: Dios, Patria y Rey.

Miguel Garisoain deja tras de sí una familia extensísima, fruto de una vida entera de servicio. Este patriota navarro tuvo una vida fecunda. Desde primera hora de la mañana hemos recibido el testimonio de militantes que reconocen el trabajo de Miguel Garisoain, jefe de carlistas. Trabajó por la unidad e inspiró el respeto de sus correligionarios, que hoy, por una parte, lamentamos su muerte y, por otra, celebramos su llegada a la casa eterna.

El amor a la tradición tiene que ver con la esperanza que nos han dejado hombres como Miguel. Como otros que fueron antes que él, conocía el resultado final, sabía de la victoria de Cristo. Entre las anécdotas que recordamos hoy, está el haber asistido con él y su hijo Javier, después de una manifestación contra el aborto, en un pequeño bar de Pamplona, a la elección de un nuevo Papa de la Iglesia: Francisco.

La tradición vive en el agradecimiento a los que fueron, a los que amaron antes que nosotros. Inmensamente agradecidos, este grupo de carlistas quiere seguir recordando a este hombre fuerte cada vez que, como manda la Ordenanza, como si de una oración se tratara, el grito de los patriotas prenda fuego en el aire: ¡Viva España!

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Una conspiración de cursis

Estos últimos meses hemos escuchado muchas críticas al régimen constitucional vigente, algunas más atinadas que otras. A los carlistas, que celebramos hoy a San Nicolás de Bari, todo lo que rodea a la Constitución del 78 siempre nos ha parecido un argumento cursi.

En los tiempos que han llamado de “Transición” se creó toda una mitología: historietas, canciones, eslóganes. Esta mitología a duras penas logró maquillar dos detalles fundamentales: que la Transición y la Constitución de 1978 estaban protagonizadas por personas de la dictadura franquista y que en España iba a seguir vigente un régimen de despotismo. Canciones como Libertad sin ira o el cuento terrorífico de una pre-Transición en la que los españoles se odiaban a muerte apenas dieron verosimilitud a una realidad que se tambalea hoy con nuevos problemas, como el de los independentistas catalanes. Incluso a los autores del engendro, que (por ejemplo) fueron incapaces de prever que lo que querían los independentistas era la independencia, se les ha dado en llamar “Padres de la Constitución” con esa reminiscencia a lo estadounidense que tanto deleita a los apátridas.


El mito es endeble: no estaba construido para perdurar. Se sostiene con demasiada propaganda. Ya después de que Tejero entrara en el Congreso a los listillos apenas se les ocurrió aquello de “Ni está ni se le espera”, pero había muchos cabos sueltos. Los hechos restaban verosimilitud a la historia. Desde entonces, ante cada uno de los problemas alentados por la chapuza de los constitucionalistas ha habido respuestas similares, in extremis, sin virilidad alguna. Así, nos hemos cansado de escuchar expresiones difusas como “disfunción” o “error en el diseño”, repetidas como un mantra, como magia, para explicar la incapacidad de los constitucionalistas.

Despreciaron lo que perdura, la voz de los pueblos, la sabiduría de los antiguos, el esplendor de la verdad, la vida de España. Si hoy se mantiene todo el régimen de 1978 es porque es capaz de funcionar, como las grandes máquinas de la burocracia, al margen de la patria a la que debería servir. En fin, lo que tratan de ocultar los cursis es lo siguiente: la Constitución de 1978 alimenta a miles de oficinistas a los que España importa un bledo. Son derechistas e izquierdistas, agrupaciones de intereses, partidos de notables, clubes de listillos. Pero su cursilería no les salvará para la Historia.

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“Las Constituciones antiguas fueron el producto natural, espontáneo, de la realidad histórica; las modernas son creación arbitraria de la abstracción filosófica. Las Constituciones antiguas fueron la elaboración lenta y silenciosa de los siglos, el centro de gravedad en que hallaron su equilibrio todas las moléculas del cuerpo social, la resultante de varias fuerzas convergentes en el interés común; las Constituciones modernas fueron hechas de golpe por un partido, a veces por unos cuantos aventureros políticos y filósofos soñadores, en provecho de la facción triunfante, contra todos los intereses históricos y el verdadero sentimiento nacional. Las Constituciones antiguas aunque presentan algunas semejanzas entre sí, se diferencian en muchas maneras por adaptarse al medio en que nacieron y habían de vivir, al fin, como obra de la naturaleza; las Constituciones modernas están cortadas por un mismo patrón inflexible, al cabo como engendros de la idea.

De este origen y naturaleza íntima de las Constituciones proceden sus diferentes caracteres de rigidez y flexibilidad, de estabilidad o instabilidad. La Constitución antigua es flexible y variada, como la naturaleza; la moderna rígida y uniforme, como una fórmula algebraica; la antigua respondiendo a una verdadera necesidad social, se arraiga profundamente en las entrañas de la sociedad, y es, por consiguiente, estable y duradera; la moderna, hija del capricho e introducida por la violencia, es ludibrio de las oscilaciones de la opinión y de los vaivenes del albedrío. Finalmente, la moderna es artefacto mecánico, y la antigua organismo vivo, como ha de ser toda buena Constitución, porque, según la felicísima frase de Aristóteles, la Constitución es la vida del Estado”.


P. Narciso Noguer, S.J. (1858-1939)